David Lima Montañero allerano y miembro del grupo de rescate GREIM Nunca en la vida pensé que tendría la oportunidad de estar en el lugar de la Tierra más cercano al Sol y éste no es otro que el volcán Chimborazo (6.268 metros) en Ecuador. El diámetro terrestre en esa latitud es mayor que en cualquier otro punto del planeta, lo que hace que supere en cercanía al Sol incluso al Everest y con bastante margen. La expedición la componíamos seis montañeros asturianos con un buen curriculum en montañas altas del mundo.

 Mi curriculum montañero hasta ese momento lo encabezaba el Aneto (3.404 metros) en invernal, así que respecto a grandes ascensiones, yo era el novato, aunque intentaba compensarlo con mis conocimientos en montaña al pertenecer al Grupo de Rescate GREIM. El primer día en Quito, tras la paliza de viaje que duró casi 24 horas, estuvimos adaptándonos a la altitud y oxigenando el cuerpo con caminatas por la ciudad (2.900 m.) y las inmediaciones del teleférico (3.100 m.). Al día siguiente subimos a la parte alta del teleférico de Quito (4.000 m.) y ascendimos al volcán Rucu Pichincha (4.696 m.). Fueron cinco horas de caminata en altura y a partir de 4.500 metros empezamos a notar que la respiración se nos agitaba más de la cuenta, a pesar de ir a ritmo lento. El tercer día pasamos la base de operaciones a El Chaupi (3.400 m.) ya que nos quedaba mas cerca de nuestros siguientes objetivos. Subimos al volcán Corazón (4.790 m.) y al día siguiente al Ilinizas Norte (5.126 m.) donde a partir de 4.900 metros empecé a notar la altitud en serio, pues desde aquí hasta la cumbre, el dolor de cabeza era muy intenso y el ritmo que me permitía la respiración era anormalmente lento, teniendo que parar a coger aire cada 20 pasos. Hasta que no volvimos a El Chaupi a 3.400 metros no me remitió el malestar. Allí una buena cena y una cerveza Pilsener de medio litro y? como nuevos. El siguiente reto era el volcán Cotopaxi (5.900 m), que es un cono perfecto con un precioso glaciar a partir de los 5.000 metros y un enorme e increíble cráter que se observa por debajo de la cumbre principal. Subimos hasta el refugio José Ribas a 4.800 metros para merendar-cenar y acostarnos pronto, pues a las 12 horas de la noche empezábamos a caminar. Por supuesto que con los nervios y las ganas de subir al cráter, conseguimos dormir solo tres horas y algunos ni eso? A las 23.30 horas estábamos desayunando y con todo el equipo preparado. Se respiraba tensión, pues el tiempo ahí fuera estaba infernal. Cuando empezamos a caminar nos percatamos que la ventisca era aún peor de lo que nos esperábamos y predecimos una dura noche de actividad. La primera hora pasamos mucho frío, pues no íbamos demasiado abrigados para no sudar, la temperatura era de -10º C y con la fuerte ventisca, la sensación térmica bajaba en picado atravesando el cortavientos y el gore-tex como si nada. Solo pudimos parar a beber del termo en los poquísimos lugares para refugiarnos, como detrás de seracs o de grandes rocas y eso no nos beneficiaba nada, por la escasa hidratación. En las gafas de ventisca se nos formaba una dura escarcha muy difícil de quitar y en esas condiciones de tiempo y en plena noche, estábamos empezando a sufrir. ¡Gracias a que los guías que llevábamos se conocían el itinerario a la perfección! A partir de los 5.500 metros empecé a pasarlo realmente mal, pues el dolor de cabeza por la altitud empezó a ser muy fuerte y los dedos de mi mano izquierda ya no los sentía por el frío, ya que el viento entraba siempre por la izquierda y no nos daba tregua a calentar la mano de ese lado. El guante interior y el gordo de gore-tex, eran insuficientes en estas condiciones. De las tres cordadas que íbamos, una tuvo que abandonar a 5.600 metros porque ya no sentían los dedos de las manos y los pies y prefirieron no arriesgar más, pues en Ecuador solo hay Grupo de Rescate en Quito y no tienen helicóptero, así que un rescate aquí, supondría mas de 6 horas de espera, con las consecuencias que todo montañero sabe. Los últimos metros a la cumbre fueron durísimos, ya no tenía fuerzas para avanzar, la cabeza me iba a estallar y cada vez que paraba a descansar y coger aire, me quedaba dormido de pie ya que la somnolencia es otro síntoma de mal de altura. Mi compañero de cordada Toño, nuestro guía Juanito y yo, llegamos muy emocionados a la cumbre del Cotopaxi (5.900 m.) por haber conseguido llegar hasta allí en esas condiciones después de seis horas de un esfuerzo extremo. La pena es que con la ventisca y la nieve no pudimos ver el cráter, que tanto ansiábamos. Nos conformaremos con haber estado allí. La bajada fue un suplicio pues no podía mantenerme despierto, pero sabía el peligro de congelaciones que conllevaba quedarse allí parado y no quería poner en peligro a mis compañeros, así que saqué fuerzas de donde no las tenía. Solo pensaba “no pares, no pares, sal de aquí” y mi cuerpo avanzaba como un zombi. Llegamos al refugio en unas condiciones penosas después de nueve horas de actividad y yo me metí directamente en el saco de dormir a descansar y entrar en calor. Mi compañero de cordada Toño, fue un apoyo psicológico fundamental para salir del infierno, pues pese a que él también lo estaba pasando fatal, no paraba de darme ánimos. Ese día se licenció en psicología. Los dos días siguientes fuimos a Baños a descansar, a zambullirnos en las frecuentadas termas y a hidratarnos con las famosas cervezas Pilsener de medio litro, pues lo siguiente que nos esperaba era el gigante Chimborazo (6.268 m.). Todos esperábamos que la meteorología se portara mejor que en el Cotopaxi, y así fue. Salimos del primer refugio (4.800 m.) con una temperatura agradable de 0º C y sin viento, subiendo a buen ritmo hasta el refugio Whimper (5.000 m.) poco después entrábamos en el glaciar y la cosa se empezó a complicar con pasos de trepada por hielo y mixto y eso, nos mermó las fuerzas muy rápidamente. De las tres cordadas, dos abandonaron la ascensión poco después del Castillo a 5.600 m. debido al cansancio que no les permitía llevar el ritmo necesario para ir en un horario seguro, por el peligro de avalanchas. Toño, Juanito y yo seguimos ascendiendo por la arista con algún paso complicado de hielo y roca. Yo me encontraba subiendo con muy buenas sensaciones, pero cerca de los 6.000 metros los síntomas de mal de altura me atacaron de repente. No podía dar cuatro pasos seguidos y me costaba bastante respirar. Además la temperatura bajó precipitadamente y no sentía los dedos de las manos. Decidimos por unanimidad que era el momento de retirarse pues la cosa no pintaba bien. Nosotros somos muy luchadores y competitivos, pero en este caso lo vimos clarísimo: ¡Para abajo a todo trapo!. Como en Cotopaxi, la bajada fue muy dura, con fuerte dolor de cabeza y el estómago revuelto como si me hubiera bebido dos botellas de tekila de un trago. Empezó a nevar copiosamente y la visibilidad se redujo de manera radical, pero el guía Juanito nos bajó sin errores ni dudas por el camino correcto. Durante las 3 horas de descenso debió caer medio metro de nieve. ¡Menos mal que bajamos a tiempo! Después de tantas penurias, comer mal, dormir poco, etc. los últimos días en Ecuador los dedicamos a descansar, hacer turismo por la capital y comprobar los efectos de las Pilsener. En Quito éramos unos piltrafillas, pues la gente se pedía la botella de tekila o licor entera y se la llevaba para su mesa. (Son unos verdaderos profesionales del Rock and Roll?) Durante dos días anduvimos las rutas de las cascadas en el valle del río Pastaza y la selva amazónica, para ver como viven los indígenas y conocer de primera mano la flora, la fauna y la comida. El último día, ya descansados y con la aclimatación hecha, volvimos a subir el volcán Rucu Pichincha, pero esta vez corriendo. Salí de la parte alta del teleférico a (4.000 m.) para subir a la cumbre a 4.696 m. e invertí 1 hora y 36 minutos en subir y bajar, en los 9 kilómetros de recorrido y 1.480 metros de desnivel total acumulado, cuando el primer día que subimos en plena aclimatación, tardamos casi 5 horas. En general en Ecuador la gente es muy agradable y eso nos facilitó mucho la estancia y las gestiones. Nos quedamos con ganas de más, pero cuando lo pasas bien, el tiempo pasa muy rápido. Me llevo una experiencia inolvidable y cinco excelentes compañeros que los he rebautizado como mis hermanos, papa y güelito. Gracias Santi (Pichincha), Guille (Wi-fi), Fito (Osito amoroso), Gonzalo (Pagafantas) y Toño (Papa ruso).